GENEREAL FRANCISCO DEL ROSARIO SANCHEZ
Proceder Ilustre de Nuestra Independencia
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL LICENCIADO GILBERTO SANCHEZ
LUSTRINO, subsecretario de Estado de lo Interior, Policía, Guerra y Marina.
Santo Domingo, Distrito Nacional, R. D.1935.
Señores:
No hace aún una centuria que en este mismo sitio, al amparo secular
de ese bastión, en una noche memorable, el anhelo común de los dominicanos, de
erguirse libres, en emancipación reivindicadora, cristalizó sublimemente al
trabucazo preciso o eventual de Ramón Mella.
Largos años habían discurrido desde que la primera tentativa
de libertad, festinada por el Licenciado José Núñez de Cáceres, rompió en
renuevos prometedores para la naciente nacionalidad, que a poco iba a
sumergirse en una noche ignominiosa de veintidós años.
Pero tenía que ser, el Destino, en sus inescrutables
designio* había escogido un racimo de jóvenes, cargados de ideales, que habían
de herir de muerte al cíclope haitiano y la fé de redención se hizo milagro en
la alborada del 28 de Febrero de 1844.
Momento providente encontró Duarte sin duda, cuando al pisar
su tierra natal de retorno del Continente Europeo, el surco de la vida
tormentosa clamó por la semilla de la idea que él regó a manos llenas,
ampliamente; y la libertad fue la espiga redentora.
En 1817, en día como hoy, en la casa número 13 de una de las
calles de más rancio sabor de tradición dominicana "El Tapao", nació
el cofundador de nuestra nacionalidad. Educado de acuerdo con las normas
románticas del siglo, no hubo urgencia de prepararlo para la conquista de lo
práctico y creció rumiando el dolor de la dominación haitiana al amparo del
consejo pertinaz y monótono de su padre, que, a fuerza de desengaños
patrióticos, con intuición maravillosa, quería esbozarle el futuro de la
nacionalidad que él se empeñaba en crear, desde la ruina moral de una sociedad
que descansaba en un pedestal agrietado.
Inútil fue el consejo e inútiles fueron las persecuciones de
Riviere. La idea de Duarte y las prédicas del Cura limeño Gaspar Hernández
prendieron de tal modo en su alma, que sin etapas de transición fue envolviéndose
en aureola de popularidad redentorista, preparando el espíritu nacional para la
gesta magnífica de Febrero.
Desde que Duarte tuvo que abandonar la dirección de los
trabajos libertarios para buscar refugio en playas extranjeras, por la tenaz
persecución de que era objeto, la vida en Sánchez se convierte en fatiga sin
término. El, que era el más señero de los trinitarios, al faltar Duarte, se
multiplica en sacrificios, y vencido por cruel enfermedad, en la pleamar de las
pasiones haitianizantes es el punto convergente de toda actividad subversiva y
es la recompensa del anhelo sin nombre de la traición. Trabaja de noche y
atisba de día. Y así, de escondite en escondite, de sorpresa en sorpresa, de
dolor en dolor, ubicuo y único, va forjando un espíritu nuevo y va creando una
atmósfera grávida de heroísmos, para esplender magnífica, en un resurgimiento
de epopeya.
La Patria se hace con su cuño de garantía indeleble. Retorna
Duarte y la comunión de esas dos almas es perfecta. Ambos tenían la predestinación
de la Gloria y ambos tenían por tanto que saborear la amarga deslealtad de los
hombres. Que tal parece como que es imposible que el sacrificio por la
humanidad eche raíces en la humanidad misma.
No voy a gravitar largamente sobre los torturantes momentos
de esa vida que al nacer para la heroicidad, nace también para el martirio por
la Patria; pero si queréis seguir la huella de su paso lo encontrareis en el
mes de Septiembre del año en que forjó heroicamente nuestra nacionalidad,
clamando, en Dublín, a las puertas acogedoras de algún inglés, la hospitalidad
misericordiosa que le negaban los dominicanos.
No era bastante sacrificio el alejamiento del terruño que
tanto amó, que allá en el destierro, en una carta aciaga, le llegaba a poco
mezclado al salitre del océano, el amargo sabor de la noticia insólita: María
Trinidad y su hermano Andrés habían sido fusilados en el primer aniversario de
la Patria por el cruel delito de querer su retorno.
Vuelve al país, al fin. no para asistir a la apoteosis de su
gloria, sino para saborear todos los soslayos de la deslealtad y todas las
oblicuidades de la envidia. Transcurren los años y el exilio vuelve a ofrecerle
su regazo inhóspito. Y así, en ir y venir transcurren los mejores años de si\
vida, mientras que aquí Santana por causas no depuradas aún por la historia,
pero fatales al examen patriótico, urde la trama de la Anexión.
Parecería sin duda, que quien sólo había recibido agravios
de la Patria, no se acercara a su altar para inmolarse. Y es precisamente aquí
donde comienza el martirologio glorioso del dominicano que con más dignidad se
enfrentó a la muerte. En ese momento de franca disolución de nuestra
nacionalidad, cuando los pusilánimes ante el temor de occidente se abrazaban a
una enseña cuyos colores para nosotros se desvaían por el recuerdo de la España
Boba, la excelsitud no estaba en el apostolado, porque era hora de urgencia:
estaba en el martirio. Y a él acudió solícito; cargado de pesadumbre y lacerado
por la enfermedad, vuela a Puerto Príncipe, levanta las fronteras del Sur y
tremolando el pendón que era su obra, traspasa el territorio nacional con
Cabral, para caer en el Paso de Vallejuela, gravemente herido víctima de la
traición dominicana. Después, la inmolación…
Difícilmente en la historia de América haya quien tenga un
perfil tan acusado de mártir. Todo en la vida de Sánchez se volatiliza en
simbolismo, por eso nada tan simbólico ni tan cruel para nosotros, como sus
palabras lapidarias lanzadas a sus amigos leales: "Si la maledicencia
buscase pretextos para mancillar mi conducta, responderéis a cualquier cargo
diciendo en alta voz que yo soy la bandera dominicana".
Había brotado en el planeta en misión de héroe y lo fue
desde esas piedras ilustres; vio la Patria en peligro de muerte y concurrió
conscientemente al sacrificio de su vida para ser mártir y cuando seis meses
después de su manifiesto del 20 de enero de 1861, se derrumbó el gigante bajo
una guásuma del cementerio de San Juan, herido de muerte al plomo de ignominia
de un batallón que obedecía órdenes de quien nunca supo sentir la emoción de la
Patria, con él, caía simbólicamente la nacionalidad dominicana que fundara años
atrás y su sangre empurpurando a borbotones el suelo nacional era el más
precioso galardón de su martirologio y era la más ignominiosa afrenta de
nuestra dignidad.
A la luz inexorable de la presente urgencia vital, en la
furia de nuestras tempestades morales, y en horas de áspera sinceridad he
contemplado empavorecido como hasta el martirio se discute y como en afán de
verbalismo se quiere medir la heroicidad como si fuera materia ponderable.
Triste destino el de los héroes nacionales, que, unidos en la excelsitud de la
gloria, contemplan a sus pies el panorama desgarrador de quienes quieren
dividir sus triunfos que en suma no son sino triunfos y glorias de nuestra
nacionalidad.
Duartístas o Sanchistas que me escuchéis, no tenéis derecho
a menoscabar, hurgando en sus vidas sublimes, el intenso verdor de sus
laureles. Juntos vivieron siempre amándose intensamente, juntos, crearon
nuestra nacionalidad y juntos han de permanecer para siempre jamás envueltos en
los pliegues de la bandera.
Yo que estoy diciendo la palabra oficial en este
aniversario, no por merecimientos sino por benevolente deferencia del Honorable
Presidente Trujillo, quiero que mi voz sea de conciliación. No hay que hacer
biografías elaboradas conforme a ópticas microscópicas. Si sacudimos con vigor
la vida de cualquiera de nuestros héroes auténticos, todo cuanto caiga debe
parecemos grande, porque grande fue el ideal que los alentó.
La verdadera realidad de la historia no la constituye el
dato exacto ni el hecho escueto y aislado, la realidad histórica se alimenta
del sentido emocional que con el dato o con el hecho constituye el ideal que se
persiguió.
Crear es lo que interesa, porque "la incapacidad de
crear empuja a destruir". Y no tenemos derecho a destruir con palabras lo
que con hechos no pudimos crear.
Urge pues glorificar sin discutir la memoria de nuestro:
héroes, porque pueblos como el nuestro que apenas cuentan con este presente
glorioso, tienen que vincularse fuertemente al pasado para no temerle al
porvenir, pues en suma sólo lo; incapaces son los que ven un peligro en cada
aurora y una amenaza mortal en el rutilar de las estrellas.
He dicho.
GILBERTO SANCHEZ LUSTRINO.
Texto Original tomado del libro General Francisco del
Rosario Sánchez, Biblioteca Nacional,1935.
http://bibliotecadigital.bnphu.gob.do:8080/xmlui/bitstream/handle/BNPHU/418/GeneralFranciscoRosarioSanchez_GilbertoSanchezLustrino.pdf?sequence=1&isAllowed=y